Manuel Sánchez Alfonso

Escritor

Añorada adolescencia

En la pureza de la adolescencia descansa la más insondable belleza. En la sinceridad de su virgen corazón reposa el mar más bravo y la sonrisa más sincera y tierna. Cada retazo de juventud fue un sol, una vida y una ilusión por la que vivir con pasión.
Cuando yo era adolescente, navegué por esos derroteros, me dejé llevar por esa corriente que te lleva a ninguna parte. Me bebí las noches de locura y las tardes de noviembre.
Respiré el aroma de las rosas silvestres, recorrí la pureza del primer té quiero y los besos más sinceros.
Soñé con los primeros sueños, conocí la amistad verdadera, esa que aún permanece, jugué con ella a contar las estrellas, me senté en la luna más creciente cada febrero y me acosté con la más llena de junio.
El frío invernal de mis eneros era el más placentero, sus madrugadas mis mejores aliadas y la lluvia mi mejor compañera, cuando en aquellos años trepidaba la vida entera.
Mis atardeceres de verano eran de sal y arena fina y la brisa, una sonrisa. Sí, en aquel lugar donde jamás se ponía el sol, los momentos sabían a eternidad y las caricias a azul del mar.
Mis primaveras fueron de mariposas en el estómago y aroma a flor del romero, de ese que nunca dice hasta luego, del despertar de la inocencia y de la furia del fuego más fiero.
¿Quién diría que no añora aquellos años con una lágrima perdida y un nudo en la garganta? ¡ Por Dios, que hermosa adolescencia vivida! Sus batallas ganadas, sus fiestas caminando descalzas hasta el alba, sus miradas perdidas, su ingeniosa locura y aquella primera carne seducida.
El amor acechando en las esquinas, el ronroneo de ese mundo a escondidas, el gesto más cómplice y las dehesas más floridas.
¡Ay! Si yo pudiese volver a ese mundo, cuantas locuras repetiría, cuantas afrentas, cuantos retos y cuantas margaritas deshojaría…ahora, al otro lado de la vida, cuando a mi alrededor tan solo se posan los jilgueros y mi amado ruiseñor, sigo soñando en silencio, sigo musitando al rastro que aquel recuerdo dejó en mi corazón y, a pesar de la desdicha que me causa el olvido, aún le canto a la bella luna dormida y me abrazo fuerte a las nubes cada madrugada púrpura de amor.
Me consuela tanto ver las flores del ciruelo rompiendo el cielo y los brotes del arrayán volviendo a empezar que, por ellos, entregaría sin dudar, hasta la misma vida.

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